Mi nombre es Margarita
me dijo con segura voz, pero yo sé que no es verdad… Lo descubrí por casualidad cuando ella,
acomodándose su colorida ropa, me describía su oficio de astróloga y sin darse cuenta dio un
traspié mental y se refirió a ella misma como Elena. Y es que en su labor
diaria, sentada tras una vieja mesa plegable de metal, frente al estanque del
Retiro, el nombre juega una importante labor de marketing. “Margarita” vende más o mejor dicho, Margarita
adivina más..
En el inmenso
espacio peatonal dónde se confunden turistas y vendedores de nacionalidades
diferentes, adivinar el futuro no llama demasiado la atención. Quiénes pasean
con niños pequeños que se detienen a mirar los patos y las barcas que se
deslizan por el agua, no se sentarían nunca en la silla dispuesta para los confiados clientes..
Quiénes han
venido a Madrid por unas cortas
vacaciones, acompañados de pareja, amigos o familia, no gastarían su preciado
tiempo en la ciudad, en saber que les depara el futuro.. Para qué saberlo, ha
dicho un turista en básico español “el futuro viene solo”.
Quizás tenga
razón el futuro viene de igual manera, comienza mañana y no hay manera de evitarlo.
Pero Margarita no desiste e insiste a todo aquel que ve cercano a su juego de
cartas de tarot esparcidas por toda la mesa “venga guapa, te adivino el futuro”.
Y así bajo el calor del sol, pasa el día, las horas y la
semana, esperando que mejore su futuro..